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Bajálo en audio y escuchalo en la voz de Guillermo del Oro microfono
 

El primer pasajero

Siempre quedan cosas por decir ....

La mañana nos había sorprendido con una increíble nevada,  Ushuaia luciendo prolijamente vestida de blanco, y las montañas que la rodean regalando una increíble belleza que me sedujo por unos cuantos minutos antes de bajar del auto.

 Hacía mucho frío y el viento, que había comenzado a soplar con fuerza, bajaba la térmica a tal punto que  hacía doler el rostro.

 -Llegó el invierno- me dije. Cerré rápidamente la puerta del auto y, con paso inseguro, sobre el piso nevado, me dirigí al trabajo.

 Casi no termino de quitarme el sobretodo cuando sonó el teléfono.

 -Buen día Contador, hay una llamada para Ud. Es su hermano desde Buenos Aires- indicó mi secretaria por el interno.  No es común que Horacio llame, -probablemente una mala noticia- pensé en voz alta.

 -Bien, la tomo- dije nerviosamente

 -Hola Claudio- llegó la voz de mi hermano desde Buenos Aires

 -Hola flaco, que pasó con mamá- fue lo primero que se me ocurrió intentando recibir la mala de un solo cachetazo.

 -No, no, quédate tranquilo, la gorda está bien-

 -Ahhhh bien, bien, discúlpame, pero cada vez que llamás me acuerdo del día que papá  imagínate- expresé a modo de disculpas

 Cuatro años atrás, mi hermano tuvo que avisarme por teléfono que mi padre moría. Es difícil digerir la idea que un ser querido está por partir cuando uno se encuentra tan distante.

 La  impotencia de no poder hacer nada desde aquí, mientras parte de tu vida está a más de tres mil kilómetros de distancia, luchando con la parca, es indescriptible.

 -No, esta vez no se trata de una mala noticia, al contrario, es buena- se apuró a responder Horacio

 -¿dónde estás?- pregunté

 -Triunvirato y Avenida de los Incas, acabo de dejar a un pasajero- me indicó algo agitado.

 La voz de mi hermano sonaba diferente, como si estuviera confundido o apurado.

 -cortá que yo te llamo- dije pensando que su apuro respondía porque él hablaba de su celular y la llamada a Ushuaia le costaba cara.

 -No, no ... está bien, no cortes- respondió

 -¿hay laburo?- consulté, casi automáticamente, repitiendo el monótono diálogo que casi siempre utilizaba cuando hablaba con mi hermano.

 En verdad, hacía tiempo que nuestras conversaciones no eran más que  una fría rutina de latiguillos y frases pre-formadas por las  que me limitaba a consultarle por la salud de mi madre. En el mejor de los casos,  agregábamos un breve comentario sobre el trabajo y rara vez el milagro se producía y nos consultábamos por nuestros hijos.

Lo cierto es que con el paso del tiempo, la relación con mi hermano se hizo distante.    Superficial. 

No siempre había sido así. Aunque siempre fuimos muy diferentes, de pequeños éramos compinches.

 Horacio era el revoltoso, inquieto, peleador.   Recuerdo que no había partido de fútbol que no terminara a los puñetazos.

Sin embargo, los pibes del barrio siempre venían a buscarlo. Era buen tipo, tenía un gran corazón (y además jugaba muy bien a la pelota).

 Yo era el perro verde. Tranquilo. Demasiado tranquilo. Tímido, extremadamente tímido. ¡Y un patadura con la pelota!... 

 Era tan pero tan malo que solo me dejaban jugar cuando estaba mi hermano (obvio que por temor a sus trompadas).

En realidad, en ese aspecto lo  intentamos todo. Los pibes hasta creyeron que podían hacer de mi un excelente arquero. Pero también allí fracasé y sólo pude ganarme el mote de "Capitán Colador".

 Creo que en ello tuvo mucho que ver la forma en que hemos sido criados.

Lo cierto es que Horacio, se apegó mucho a papá. Iban juntos a la cancha y el amor por Boca Juniors les daba temas de conversación inagotables. Eran muy compinches y por eso la muerte del viejo lo afectó mucho.

 Yo, en cambio, era mamero.

 Obviamente, el fútbol no era una de mis pasiones. Supongo que es una cuestión de carácter. Algo natural, no sé.

 En fin, a pesar de esas diferencias, cuando era chico he compartido muchas cosas con mi hermano mayor, pero luego, poco a poco nos fuimos distanciando.

 Como alguien que descuidadamente deja en el banco de una plaza uno de sus tesoros más preciados.

Al fin de cuentas, ¿qué persona está más cerca de uno que al propio hermano?

Quién sino, ha compartido tanto...  ¡Quienes tienen más cosas en común que los hermanos!

Compartimos el mismo hogar, los mismos padres, el mismo origen, el mismo barrio, los amigos, el mismo pasado.

¡Hasta  el dolor es el mismo cuando despedimos a nuestros padres!

Y sin embargo, poco a poco nos alejamos al punto de vernos dos o tres días al año.

El distanciamiento llegó al punto de convertir una conversación telefónica de pocos minutos en una monótona e incómoda secuencia de preguntas sin importancia, casi sin profundidad.

 Hace más de veinte años que no me entero porque llora o ríe mi hermano. Y, ahora que lo pienso, eso es terrible...

 -No vas a creerme lo que me pasó- continuó diciendo Horacio

 -¿chocaste?...  ¿te robaron?-

 -No gordo, no. ... Hoy salí temprano a laburar con el tacho,  a las cuatro de la mañana sabés, un frío de cagarse-   dijo

 -no hice más de dos cuadras y  subió un pasajero- continuó diciendo

 En ese momento pensé que iba a contarme otra de sus poco creíbles aventuras de tachero.    Ya me había contado cuando llevó a Borges, y a Mirtha Legrand, y ahora ¿a quien?

Esas historias, para él son como trofeos. Pero, a decir verdad, nunca pude creerle todo lo que me contaba, pues el flaco se había ganado cierta fama de fabulador.

 Comencé a mirar la pila de expedientes que me esperaban pacientemente en la bandeja de trabajo.

Tomé uno y mientras prestaba con desgano un oído al teléfono,  trataba de interpretar las señas de mi secretaria que intentaba  anunciarme la entrada de otra llamada telefónica del gobernador ...

¿Te interesa continuar el cuento?

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