Siempre quedan cosas por decir ....
La
mañana nos había sorprendido con una increíble nevada, Ushuaia
luciendo prolijamente vestida de blanco, y las montañas que la
rodean regalando una increíble belleza que me sedujo por unos
cuantos minutos antes de bajar del auto.
Hacía mucho frío y el
viento, que había comenzado a soplar con fuerza, bajaba la térmica a
tal punto que hacía doler el rostro.
-Llegó el invierno- me
dije. Cerré rápidamente la puerta del auto y, con paso inseguro, sobre
el piso nevado, me dirigí al trabajo.
Casi no termino de
quitarme el sobretodo cuando sonó el teléfono.
-Buen día Contador, hay
una llamada para Ud. Es su hermano desde Buenos Aires- indicó mi
secretaria por el interno.
No es común que
Horacio llame, -probablemente una mala noticia- pensé en voz alta.
-Bien, la tomo- dije
nerviosamente
-Hola Claudio- llegó la
voz de mi hermano desde Buenos Aires
-Hola flaco, que pasó
con mamá- fue lo primero que se me ocurrió intentando recibir la mala
de un solo cachetazo.
-No, no, quédate
tranquilo, la gorda está bien-
-Ahhhh bien, bien,
discúlpame, pero cada vez que llamás me acuerdo del día que papá
imagínate- expresé a modo de disculpas
Cuatro años atrás, mi
hermano tuvo que avisarme por teléfono que mi padre moría. Es difícil
digerir la idea que un ser querido está por partir cuando uno se
encuentra tan distante.
La impotencia de no
poder hacer nada desde aquí, mientras parte de tu vida está a más de
tres mil kilómetros de distancia, luchando con la parca, es
indescriptible.
-No, esta vez no se
trata de una mala noticia, al contrario, es buena- se apuró a
responder Horacio
-¿dónde estás?- pregunté
-Triunvirato y Avenida
de los Incas, acabo de dejar a un pasajero- me indicó algo agitado.
La voz de mi hermano
sonaba diferente, como si estuviera confundido o apurado.
-cortá que yo te llamo-
dije pensando que su apuro respondía porque él hablaba de su celular y
la llamada a Ushuaia le costaba cara.
-No, no ... está bien,
no cortes- respondió
-¿hay laburo?- consulté,
casi automáticamente, repitiendo el monótono diálogo que casi siempre
utilizaba cuando hablaba con mi hermano.
En verdad, hacía tiempo
que nuestras conversaciones no eran más que una fría rutina de
latiguillos y frases pre-formadas por las que me limitaba a
consultarle por la salud de mi madre. En el mejor de los casos,
agregábamos un breve comentario sobre el trabajo y rara vez el milagro
se producía y nos consultábamos por nuestros hijos.
Lo cierto es que con el
paso del tiempo, la relación con mi hermano se hizo distante.
Superficial.
No siempre había sido
así. Aunque siempre fuimos muy diferentes, de pequeños éramos
compinches.
Horacio era el
revoltoso, inquieto, peleador. Recuerdo que no había partido de
fútbol que no terminara a los puñetazos.
Sin embargo, los pibes
del barrio siempre venían a buscarlo. Era buen tipo, tenía un gran
corazón (y además jugaba muy bien a la pelota).
Yo era el perro verde.
Tranquilo. Demasiado tranquilo. Tímido, extremadamente tímido. ¡Y un
patadura con la pelota!...
Era tan pero tan malo
que solo me dejaban jugar cuando estaba mi hermano (obvio que por
temor a sus trompadas).
En realidad, en ese
aspecto lo intentamos todo. Los pibes hasta creyeron que podían hacer
de mi un excelente arquero. Pero también allí fracasé y sólo pude
ganarme el mote de "Capitán Colador".
Creo que en ello tuvo
mucho que ver la forma en que hemos sido criados.
Lo cierto es que Horacio,
se apegó mucho a papá. Iban juntos a la cancha y el amor por Boca
Juniors les daba temas de conversación inagotables. Eran muy
compinches y por eso la muerte del viejo lo afectó mucho.
Yo, en cambio, era
mamero.
Obviamente, el fútbol no
era una de mis pasiones. Supongo que es una cuestión de carácter. Algo
natural, no sé.
En fin, a pesar de esas
diferencias, cuando era chico he compartido muchas cosas con mi
hermano mayor, pero luego, poco a poco nos fuimos distanciando.
Como alguien que
descuidadamente deja en el banco de una plaza uno de sus tesoros más
preciados.
Al fin de cuentas, ¿qué
persona está más cerca de uno que al propio hermano?
Quién sino, ha compartido
tanto... ¡Quienes tienen más cosas en común que los hermanos!
Compartimos el mismo
hogar, los mismos padres, el mismo origen, el mismo barrio, los
amigos, el mismo pasado.
¡Hasta el dolor es el
mismo cuando despedimos a nuestros padres!
Y sin embargo, poco a
poco nos alejamos al punto de vernos dos o tres días al año.
El distanciamiento llegó
al punto de convertir una conversación telefónica de pocos minutos en
una monótona e incómoda secuencia de preguntas sin importancia, casi
sin profundidad.
Hace más de veinte años
que no me entero porque llora o ríe mi hermano. Y, ahora que lo
pienso, eso es terrible...
-No vas a creerme lo que
me pasó- continuó diciendo Horacio
-¿chocaste?... ¿te
robaron?-
-No gordo, no. ... Hoy
salí temprano a laburar con el tacho, a las cuatro de la mañana sabés,
un frío de cagarse- dijo
-no hice más de dos
cuadras y subió un pasajero- continuó diciendo
En ese momento pensé que
iba a contarme otra de sus poco creíbles aventuras de tachero. Ya
me había contado cuando llevó a Borges, y a Mirtha Legrand, y ahora ¿a
quien?
Esas historias, para él
son como trofeos. Pero, a decir verdad, nunca pude creerle todo lo que
me contaba, pues el flaco se había ganado cierta fama de fabulador.
Comencé a mirar la pila
de expedientes que me esperaban pacientemente en la bandeja de
trabajo.
Tomé uno y mientras
prestaba con desgano un oído al teléfono, trataba de interpretar las
señas de mi secretaria que intentaba anunciarme la entrada de otra
llamada telefónica del gobernador
...